
Un día más
- Otro día más… que pereza siento de hacer lo mismo día tras día- miró al techo de su habitación, extendió la mano instintivamente para apagar la alarma de su móvil sobre la mesita de noche, y aún sin quitar la vista del techo, deslizó los pies para posarlos sobre el suelo.
Los movimientos se repitieron uno tras otro en un ritual sin cambios y sin memoria, el baño diario el uniforme de rigor, un peinado más pragmático que estético, todo siempre sin prisas pero sin pausa.
Sin ser consiente con exactitud desde cuándo, un pensamiento rondaba su cabeza, poco a poco fue descubriendo una pregunta que aunque imperceptible, de alguna manera sabía que estaba ahí, aguardando a ser descubierta. Miradas perdidas hacia la nada de su ventana le fueron confrontando con ese para qué que no podía taparse con las respuestas del deber ser social y le dejaban un sabor a desamparo en el alma.
El día transcurrió como lo esperaba, sin sorpresas, sin ese algo que le diera el atributo necesario para ubicarlo en la repisa de los trofeos memorables.
Llegó a tiempo a su colegio, escucho atentamente la pelea que en su casa tuvo su compañera de pupitre. Con naturalidad le explicó a su compañero que nadie lo odiaba y que era mejor no hacer caso de las burlas de los demás. Le prestó la parte de la tarea que le hacía falta al conchudo de turno. Compartió sus onces con el olvidadizo que en cotidiano acto de inconciencia dejó la lonchera en casa. Alistó su maleta y se dirigió al transporte que le llevaría de regreso al hogar en compañía de su hermana mayor.
A través de la ventana contemplo nuevamente la nada que se desplegaba a su alrededor, recordándole de nuevo ese dejo de aburrimiento que trae la falta de motivación en la esencia del alma, para entender por qué hacemos las cosas que hacemos a diario.
Música, comida y lectura eran cosas que nunca le hacían falta. Por lo general estaba acompañada todo el tiempo, siempre escuchando, siempre conciliando, siempre entendiendo…
Chequeo al celular, tareas y acompañamiento por redes a quienes seguían buscando su armonía.
Imaginó su vida como en escala de grises, sintió sueño y durmió, sin pesadillas, sin sobresaltos y sin sueños que contar.
Tal vez, solo tal vez si supiera que esa misma tarde, su compañera de pupitre entendió el problema en casa y lo soluciono fundiéndose en un abrazo de reconciliación con su familia, gracias a la respuesta que encontró dentro de sí misma al contarle su historia. Que su compañero encontró la seguridad que le hacía falta para aceptarse como es y pudo emprender la aventura de amarse a sí mismo. Que el conchudo de turno se sintió inspirado con la natural tranquilidad y sin juzgamientos con la que, libre de todo egoísmo, le prestó la tarea para de ahora en adelante compartir lo que pudiera con quien lo necesitara sin esperar nada a cambio. Que el olvidadizo recibió ese bocado de sándwich como el más sublime de los regalos y ese recuerdo caló ahí, en ese lugar especial de la memoria que nunca se olvida…
Tal vez, solo tal vez así entendería que es uno de los seres más especiales de la creación, que su presencia irradia colores como si un arcoíris la acompañara a donde va, que al buscar el término dulzura en el diccionario, aparecería con su imagen y una descripción de su personalidad; que está en el pensamiento de todos los que la conocen y que si éste país fuera una monarquía, ella, sin lugar a dudas, sería la princesa.
Para Ajelandra Rojas,
en su cumpleaños numero 12
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