LOS SUFRIMIENTOS DE CAPERUCITA

 
LA TRAMPA DE LA RAZÓN

 

Luis Carlos Restrepo

(Los Sufrimientos de Caperucita)

 

“. . . De ello da crédito una niña muy conocida por nosotros a la cariñosamente todos llamamos Caperucita Roja. Caperucita, de espíritu alegre y mirada vivaz, vivía con su madre en una casita que se levantaba en la ladera del bosque.

La madre de la niña horneaba deliciosos panecillos, los que acostumbraba enviar con la pequeña a la abuelita, que vivía al otro lado de la arboleda.

Una mañana recibió Caperucita la encomienda y marcho por el sendero silvestre, no sin antes escuchar una y otra vez las advertencias de su madre, quien la puso al tanto de los peligros del bosque, hablándole en especial del lobo feroz, especializado en engañar a niñas desprevenidas y curiosas, juguetonas y soñadoras como ella, para después, inmisericordemente, saborearlas entre sus fauces.

Pero, ¡ah!, estas niñas distraídas como Caperucita, que no siguen las juiciosas recomendaciones de los adultos, terminan siempre sucumbiendo ante el peligro.

Ella partió por el sendero cantando y encantando con su gracia a las flores y a las mariposas, deteniéndose a la vera del camino para jugar con los animalitos y embriagarse con aromas montunos. 

De pronto –como era de esperarse-, en uno de los recodos del camino apareció el lobo feroz, al cual Caperucita saludo sin sobresalto.  Este, cual si cumpliera los pérfidos designios de la profecía materna, conocedor de la curiosidad de la niña  y su disposición al juego y al descubrimiento, le sugirió tomar otro camino por donde, aseguraba, encontraría las más hermosas flores y los mas lindos claros del bosque. 

Cediendo a la tentación de la curiosidad –la misma que perdió a nuestros primeros padres y que constituye sin lugar a duda el pecado original-, Caperucita se fue por el trecho desconocido, deseosa de complacer con nuevas formas y colores la avidez de sus sentidos. 

El lobo, con risa socarrona, avanzo por un camino más corto hasta la casa de la abuelita, donde espero a la niña acostado en el lecho de la anciana, haciéndose pasar por la vieja bondadosa.

Según la versión que ha llegado a nuestros oídos, el lobo no logro consumar la fatal a agresión, porque Caperucita fue salvada de raspón por un cazador que escucho sus gritos de auxilio.

Sabemos, eso sí, con certeza, que desde entonces Caperucita prometió solemnemente no dejarse llevar nunca más por la curiosidad y ser fiel a las enseñanzas de los adultos, admitiendo respetuosamente sus consejos.

Caperucita, ahora mayor, memoriza ejemplarmente las lecciones escolares, sabe mucho más que sus compañeras de los peligros de la vida y recita sin error la clasificación de los vertebrados y las capitales de los países de Europa.

Pero la pobre Caperucita, que razona impecablemente cual si tuviera una larga experiencia, ha empezado a frecuentar el consultorio de un psicoanalista porque no acepta invitaciones a paseos, ni se atreve a salir sola, por temor a que se la coman los lobos.

Desde que supo de los peligros de explorar y fantasear, Caperucita no volvió a divertirse con las flores y redujo sensiblemente sus placeres.  A más de las modestas gratificaciones que le depara el deber cumplido, Caperucita no carga sino tristezas y según nos han contado, su pena se ha acrecentado desde que supo, por boca del analista, que desde años atrás la acompaña el deseo oculto de que el lobo la triture entre sus fauces.

 

 

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“La innovación agita el mar de las certezas y genera incertidumbre allí donde la tradición anclaba sus principios.”
(De viajes, viajeros y laberintos, Juan Francisco Aguilar, 1998)
 
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y el regocijo se Entristezca.
 
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