A cuatro manos
A  CUATRO  MANOS 

 
Corría desesperadamente a través del bosque, sentía que algo la perseguía, sentía la angustia presa de su imaginación, sentía que una mano estaba a punto de sujetarle su espalda para arrastrarla a un lugar desconocido pero que sabía espantoso.
 
Las ramas golpeaban su rostro, sentía que las heridas sangraban, que su pelo se enredaba al ondularse por el movimiento.
 
Sentía su corazón desbocado, como si se fuera a salir del pecho, como si quisiera escapar aún más rápido que ella.  Escuchaba sus pisadas en el suelo, rompiendo ramas, esparciendo hojas secas, mientras el viento silbaba su nombre al pasar.
 
La oscuridad la envolvía, corría por instinto divisando solo algunas sombras creadas por la poca luz de una luna distante, que se colaba entre la espesura de los árboles.
 
-        -Maldito miedo el que me persigue!, sé que no hay nada detrás de mío-
 
Se lo repetia como tratando de convencerse, sintiendo reseca la garganta, respirando con dificultad, jadeando, tratando de cubrirse el rostro por el dolor de las ramas al golpearla.
 
Tropezó, su velocidad la hizo volar horizontalmente hasta caer en plancha sobre la hierba suave de un suelo blando que la recibió como esperándola.
 
Con extrañeza, pero aún presa del miedo, siguió por unos momentos con la cara clavada en el suelo, esperando…
Ya el viento no silbaba su nombre, ya no sentía el ardor de las heridas, ya su corazón estaba tranquilo.  Levanto la cara y diviso un hermoso estanque alumbrado por esa luz mágica de la luna, que todo lo embellece, que todo lo inunda con esa sensación de ser algo proveniente de otro mundo. 
 
El agua en el estanque estaba quieta, formando un espejo perfecto en el que se reflejaba la luna más grande que jamás había visto, sin nubes oscuras, con lamparitas tintineantes pero sin viento que perturbara el agua.  De pronto se encontró en el lugar más tranquilo que había conocido, cálido, sereno, tranquilo, transmitiéndole esa sensación de seguridad que solo sentía a su lado.
 
Se sentó, respiro profundo, en un suspiro que le lleno el alma y el corazón, sintió un abrazo familiar, una caricia en su mejilla y un susurro –me quedaré en tus pupilas mi bien-.
 
Una lágrima fría y cercana mezcla de todos los sentimientos posibles se derramo en su mejilla. 
 
Supo de qué huía, supo que el miedo no la acompañaría más, que no dejaría que la volviera a atormentar, que cada vez que quisiera verlo, él estaría ahí, en lo más profundo de su ser, en la ventana de su alma, esperando para hablarle, para decirle lo hermosa que estaba, lo orgulloso que se sentía, para darle fuerza, para animarla a vivir, a ser feliz por los dos, en un viaje que siempre harían juntos y jamás terminaría.
 
Cerró los ojos sintiendo ese abrazo que se hace más fuerte cuando va a terminar. Y termino. . .  Abrió los ojos y se vio frente a su ventana observando en el cielo un astro que le cabe en la mirada y desde donde mil miradas pueden ver.     
 
Corrió hacia el espejo de su habitación, se acercó a él, y lo vio ahí, en sus propios ojos y entendió todo.   Con una sonrisa dulce selló el pacto de amor eterno…. Al verse bonita, sintió que él se lo decía, al verse feliz, sintió que él era feliz y eso redoblo su felicidad.
 
Ya no estaría sola nunca más.



Para Ana Sofía
En su cumpleaños numero 12
 
    
Hora Exacta
 
 
 
“La innovación agita el mar de las certezas y genera incertidumbre allí donde la tradición anclaba sus principios.”
(De viajes, viajeros y laberintos, Juan Francisco Aguilar, 1998)
 
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Allí donde mas bulliciosa es la alegría,
mas se lamenta la tristeza...
Y solo basta un pequeño accidente
para que la Tristeza se regocije
y el regocijo se Entristezca.
 
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